En setiembre del año pasado, recibí una noticia que me hizo replantear mi propósito: por cambios internos en la empresa donde trabajo, y con el impacto creciente de la inteligencia artificial, existía una alta probabilidad de que eliminaran mi puesto. Fue un golpe duro. Sentí miedo, mucha incertidumbre, y me invadieron pensamientos que hasta me daban vergüenza decir en voz alta: “¿Y ahora qué hago con mi vida?”, “no soy lo suficientemente talentosa para emprender”, “ni siquiera sé hacer manualidades” … La mente, cuando se asusta, no perdona.
Entre esa primera noticia y diciembre, recibí dos advertencias más. La ansiedad se disparó. Me costaba dormir, pensar con claridad, sentirme segura. Todo eso coincidió con las vacaciones de fin de año y un viaje que ya teníamos planeado Tony y yo para celebrar nuestro quinto aniversario de bodas. Me propuse algo: usar ese viaje para dejar de estar solo en modo sobrevivencia y ver si lograba encender una chispita de creatividad. Una idea, aunque fuera pequeña, que pudiera convertirse en un plan B.
Intenté pensar y pensar… hasta que me agoté. Le di tantas vueltas al asunto que decidí soltarlo por un momento. Necesitaba que la cabeza respirara. Aun así, en el fondo, la preocupación seguía ahí, latente.

Durante ese viaje visitamos las Catacumbas de París. Fue, sin duda, de lo más impactante del recorrido. Pero más allá de lo visual, fue una experiencia que me sacudió por dentro. Memento mori: me hizo pensar en lo corta que es la vida, en cómo nos aferramos a cosas que tal vez, con el tiempo, ni siquiera recordaremos. Me ayudó a ver que por más que las preocupaciones sigan ahí, lo que más nos pesa muchas veces es el valor que les damos. No salí de las catacumbas con la vida resuelta, pero sí con el corazón un poco más liviano.
Al salir, entramos a una pequeña tienda donde vendían todo tipo de objetos: calaveras, figuras raras, artículos oscuros, diferentes, únicos. Y ahí, entre esas estanterías, se me encendió algo por dentro. No es que quise copiar la idea, pero sí me inspiró. No se trataba de no tener talento. Se trataba de que me había olvidado de todo lo que ya sabía, de todo lo que ya había hecho antes. Recordé que mi proyecto final de la universidad había sido precisamente sobre emprendimientos. ¡Y ni siquiera lo había considerado!
Entonces empecé a pensar con otra cabeza:
- ¿Existe algo parecido en Costa Rica?
- ¿Cómo podría hacer que se vea diferente?
- ¿Y si no funciona?
- ¿Dónde encuentro proveedores?
Pasé del bloqueo a la lluvia de ideas. Hasta que topé con una pared… o bueno, con Tony.
Él también es muy racional, así que me frenó un poco. Me dijo algo muy sabio: “Necesito ver un plan por escrito”. Y tenía razón. Había mucha emoción, muchas ideas, pero nada concreto todavía. Además, como fan empedernida de Halloween, mi primera idea fue enfocarme 100% en eso. Pero después me cuestioné: “¿Y qué pasa el resto del año?”
Ya en casa, con la cabeza más tranquila, me senté una tarde entera a ordenar todo en papel. Fue un ejercicio terapéutico, de claridad. Decidimos expandir el concepto. Con la ayuda de Tony, lo llevamos más allá de Halloween: lo abrimos hacia la cultura pop, el anime, el arte alternativo… sin perder el toque oscuro y diferente que tanto me gusta.
Hicimos un pequeño estudio de mercado, buscamos referencias, entendimos a la competencia… y descubrimos que, aunque haya ideas similares allá afuera, siempre hay espacio para algo con identidad propia. Porque al final, lo que uno crea con amor, se nota. Y la gente lo siente.
Ya con un plan más aterrizado, vino lo que yo llamo “el lado burocrático del sueño”: registro de marca, trámites en Hacienda, diseño del logo, creación de la página… Fue un proceso largo, desafiante, y sí, una inversión importante. Pero en seis meses, entre muchos aprendizajes, noches de desvelo y toneladas de ilusión, nació oficialmente Salem House.
El nombre no fue elegido al azar. Tiene un significado muy especial para nosotros, y en otro blog les cuento con detalles quién fue Salem, el motor detrás de todo esto, que ya no está en este mundo, pero sí sigue muy presente en nuestros corazones.
Y ¿saben qué es lo más curioso? Que, a pesar de todo este viaje, todavía tengo mi trabajo. Sigo siendo asalariada. Pasé de no saber qué hacer con mi vida a tener dos proyectos andando al mismo tiempo. Porque así es la vida a veces: impredecible, llena de giros inesperados, y con caminos que solo se abren cuando te animás a avanzar.
A todas las personas que nos siguen, que nos compran, que nos comparten y nos mandan sus buenos deseos, ¡gracias de todo corazón! Salem House nació desde un momento de miedo, pero también de amor, de resiliencia y de ganas de crear algo que conecte con ustedes.
Con cariño,
Ari.